Hasta principios de los años noventa la empresa solo producía este tipo de mostaza, “y en pleno casco antiguo de Ratisbona, de forma puramente artesanal y con fuerza de trabajo femenina”, como cuenta Wunderlich con una sonrisa. Una de las trabajadoras de producción de la época es Ernestine Flietel. Es la última empleada en activo de aquella época y lleva 33 años formando parte de la familia Händlmaier. Le gusta recordar sus inicios en la empresa: “En aquella época éramos unas diez o doce mujeres, y lo hacíamos todo nosotras mismas: mezclar y cocinar la mostaza, llenar y etiquetar los tarros, y hasta cargarlos en los vehículos de reparto. El trabajo era, por supuesto, agotador, especialmente para las mujeres. Pero también fue una época muy bonita, el clima de trabajo era estupendo y muy familiar. Y lo sigue siendo”.
Sin embargo, a principios de los años noventa, el trabajo puramente manual llegó a su fin. Händlmaier decidió modernizar y automatizar su producción, invirtiendo en líneas de fabricación y envasado. Pero como se necesitaba más espacio del disponible en el centro de la ciudad, la empresa se trasladó a las afueras en 1991, y fue entonces cuando la historia de éxito de Händlmaier despegó realmente.