Es un lugar de muchos contrastes: vista desde afuera, la planta de Adelholzener se mimetiza casi perfectamente en el paisaje. Delante de los Alpes bávaros, los cuales se erigen imponentes en el fondo, los edificios en color blanco y gris parecen bloques de construcción de juguete, relucientes y colocados cuidadosamente. Pero con un solo paso al interior de la nave de embotellado, esta impresión cambia radicalmente: sobre dos niveles se distribuye un entramado complejo y ramificado de acero inoxidable. El trayecto entre las máquinas pasa por numerosas escaleras, puentes y plataformas de trabajo. Y todo esto sigue evidentemente una lógica estudiada hasta el más mínimo detalle; pero si un extraño la tratase de descifrar estaría perdido, sea a primera que a segunda vista. «Solo aquel que conoce sus huellas, sabe de donde proviene»: esta frase de la actual propaganda de Adelholzener se puede aplicar literalmente en este contexto.